
¡Queridas gentes, amigos!
Hoy os traigo este cantar que más que cantar, es cuento. Pues cuento llaman a esto, los que gustan de contar.
Así pues, humildes gentes, si la historia que contare la quisiérais escuchar, meted mano a los doblones para mi zurrón hinchar.
Vengo de tierra lejana, de allí donde el sol se pierde. Con la sóla compañía de aqueste maltrecho can.
Un can fiel donde los haya.
Pues durmiendo yo en el raso me vinieron a robar cuatro pérfidos bandidos, mi mendruguito de pan.
Sumido en el gran vacío de un placentero descanso, no oí llegar al peligro que acechaba mi yantar.
Pero la bestia alertada por la torpeza de aquellos, desperto malhumorada y me vino a despertar.
Creyendo yo que mi bestia sólo quería jugar, agarré una fuerte vara y me dispuse a golpear.
Pero ¡oh, amigos míos!
Cual sería mi sorpresa al descubrir en las sombras una navaja brillar.
Raudo cogí mi morral y presto huí del lugar.
A salvo ya del peligro me senté a descansar y el can, solícito amigo, a mi vera vino a echar.
Acaricié yo su testa en gesto de gratitud.
Y el me lamió la mano, concediendo su perdón.
A el le debo mi vida y mi mendrugo de pan.
Escuchad bien, buenas gentes y prestad toda atención:
"No por hombre se es humano ni por bestia un animal,
pues humano es el que ama,
y animal, quien palos da".
Soy trovador altruísta, más no exento de necesidad.
Así pues pediros quiero que me llenéis el morral.
Pues es de muy bien nacido, el pagar por disfrutar.
